martes, 28 de febrero de 2012

Y de pronto...

Yo reía, y corría por el bosque sin preocuparme de nada. No me había sentido así en mi vida, pero era reconfortante no depender de nadie más para poder sentir la felicidad revoloteando en mi interior. De pronto, algo frenó mi paseo. No veía nada que pudiera estar impidiéndome el paso, pero no podía continuar en esa dirección. Lo que había en frente de mis ojos era el mismo paisaje que se extendía detrás de mí; bueno, exactamente el mismo no, pero seguía habiendo árboles por todas partes y el cielo también estaba rojizo por la inminente puesta de sol. Traté de palpar lo que quiera que estuviera frenándome, pero no era sólido, sino que iba poco a poco aminorando el avance de mis manos hasta que parecía que tiraran de mí con exactamente la misma fuerza que yo ejercía. No puede ser, me dije, pero ahí estaba, real y palpable... bueno, no tan palpable, pero se podía percibir. Ya me disponía a dar media vuelta para no preocuparme más por ello, cuando vi a alguien. No me fijé en su rostro, pero era indudablemente una chica de mi edad, quizás un poco mayor. Una pequeña punzadita en el corazón me trajo un aluvión de recuerdos, todos de mi vida antes de llegar al bosque, es decir, hacía un par de días que me habían parecido una eternidad. En todos aparecía ella, o él, mi mejor amiga y mi mejor amigo, y hasta ese momento no me había dado cuenta de cuánto los echaba de menos. Estúpido orgullo, pensé, siempre entre nosotros para hacer la vida un poco más dura. Y tomé una decisión. Se acabó.
Y en ese instante, sin saber muy bien cómo, estuve segura de que podría pasar.