lunes, 22 de agosto de 2011

La fotografía



Karen estaba arrodillada sobre la hierba, mirando la pantalla de su cámara con una sonrisa pintada en su rostro. Unos rizos negros le caían sobre la frente, pero ella los apartaba constantemente dejando relucir unas pupilas color miel. Ese claro era su lugar favorito. En él, todas las fotografías parecían pintadas detalladamente, trazo a trazo, por unas manos expertas. La chica miró a su alrededor, y sus ojos se posaron en un arco formado por dos árboles, rodeados de vegetación de vivos colores. Era perfecto. Levantó la cámara y enfocó el objetivo hacia allí. Click. Satisfecha, giró su cuerpo de modo que la máquina quedara en sombras y entornó los ojos. Todo parecía salido de un cuadro, y precisamente por eso casi pasa por alto al "intruso". No desentonaba en absoluto, de hecho parecía formar parte del paisaje. Su rostro, a pesar de traslucir perplejidad, parecía posar para la foto, y su cuerpo estaba totalmente relajado en actitud despreocupada. Qué extraño, pensó Karen, no recordaba haber visto a nadie cuando tomaba la imagen. Se sobresaltó al oír un hola a su espalda, y se giró a toda prisa. Unos ojos, SUS ojos, la observaban divertidos, y una calurosa sonrisa le provocó un ligero rubor en las mejillas. ¿Cómo te llamas?, preguntó él. Como si le importara. A pesar de todo, Karen susurró su nombre, aunque no sabía muy bien por qué. Quizás fuera aquella sonrisa, que incitaba a confiar en su propietario. O quizás fuera...
Mientras le contemplaba embobada le pareció escuchar que le pedía su cámara. Se la tendió como en un sueño. Click. Se la devolvió. Boquiabierta, observó la fotografía: había logrado plasmar el encanto de la totalidad del prado en aquella imagen, aunque sorprendentemente no parecía contener nada especial. Karen se volvió para elogiarle pero, al hacerlo, no quedaba ni rastro del joven. Había desaparecido.
Un único y absurdo pensamiento se alojó en su mente y no parecía querer marcharse: no sabía absolutamente nada de él. Ni siquiera conocía su nombre.

sábado, 20 de agosto de 2011

La música


Furiosa, entró en la habitación y cerró de un portazo. Sus ojos almendrados estaban rebosantes de lágrimas. No iba a llorar, se dijo, al menos no por una estúpida discusión con sus padres. Cerró los parpados y respiró hondo. Cuando los volvió a abrir estaba mucho más calmada, pero no era suficiente; los vestigios del enfado aún estaban en su interior, incandescentes, esperando para aflorar en cualquier momento. Se dirigió a su escritorio, cogió sus auriculares y se tumbó en la cama. Con infinito cariño escogió su canción favorita: una canción de piano que se asemejaba a una nana. La melodía la envolvió, y poco a poco consiguió relajarla. La música era su vida. Para ella, un mundo sin música equivalía a un mundo apagado y descolorido, sin luminosidad. Cuando su ánimo decaía, únicamente las notas de una canción lograban consolarla. La sumían en un estado más sereno, y le permitían verlo todo desde un punto de vista más objetivo. Le pesaban los párpados, y poco a poco dejó de tener conciencia del paso del tiempo. Entretanto, los acordes finales de la canción se alejaban, disipándose en el aire.

http://www.youtube.com/watch?v=IcTpsXCZo1c&feature=fvst

viernes, 19 de agosto de 2011

Las emociones


Inesperadamente, una oleada de determinación se abrió paso desde su interior. Estaba decidida, hoy era el día. Llevaba dos años detrás de ese chico, pero él no parecía percatarse siquiera de su existencia. Era un integrante más del grupo del adolescente mas popular del instituto; este iba a cuarto curso, al igual que sus compañeros de pandilla, mas ella solo estaba en segundo. El joven por el que la muchacha bebía los vientos no destacaba entre los demás, pero para ella sí lo hacía: era moreno, tanto de tez como de cabello, y éste le caía con gracia tapándole parte del rostro con mechones aparentemente descuidados. Los ojos, color verde escarcha, poseían esa chispa pícara, propia de niños de menor edad, e irradiaban una fuerza debido a la cual parecían traspasarte cuando se posaban en los tuyos. Su nariz era recta y angulosa, perfecta, al igual que sus labios, que se movían con una gracia casi sobrenatural al hablar.
Tras una efímera vacilación, se encaminó hacia el grupo, rodeado de admiradores, todos de cursos menores que ellos. Entre toda la gente pudo distinguir con dificultad su objetivo y trató de llegar hasta él. De pronto, frenó en seco, y sus ojos se fijaron en la chica que estaba situada al lado del joven. Se reía tonta y descaradamente por algo supuestamente gracioso que este había dicho. Fue suficiente. Dolida, se abrió paso rápidamente con los ojos empapados en lágrimas; no quería que él la viera llorar, no podía darle esa satisfacción.
Lo que no percibió fueron los ojos del muchacho siguiéndola, mirando a la chica sentada a su lado, y volviendo a posar en ella su mirada; una mirada llena de duda y comprensión.