jueves, 15 de diciembre de 2011

Y como siempre, sigo sin hacer caso.

La gente siempre me dice: no, Marina, ¿no te das cuenta de quién es? ¿De su pasado? ¿De tu presente? ¿De vuestro futuro?
Claro que me doy cuenta, pero lo ignoro siempre que puedo, y cuando no puedo dejo caer algunas lágrimas y me muerdo el labio por ser lo suficientemente estúpida para ignorar al universo entero, el cual está gritando que lo peor de mi error es que me estoy engañando a mí misma intentando creer que está bien, que en el fondo es una buena persona y de verdad todo esto no es más que una estúpida locura de adolescente.
Claro, es muy fácil decir a otra persona "haz esto" o "no hagas esto otro". Ahora cúmplelo tú, a ver si es tan fácil. Si, es una tontería, un simple capricho de la vida, lo sé perfectamente. Y sé también que él no es la elección más correcta, pero no se puede evitar. ¿Acaso el corazón entiende de circunstancias? ¿De edades? ¿De físico? ¿De algo? No, claro que no. Y por esta solemne gilipollez una se enamora (si es que puede llamarse así) de un tío que es todo lo contrario a ella misma y que está claro que su historia no terminará con un "y fueron felices y comieron perdices", sino con un gran "y su relación terminó en desastre por sus enormes diferencias". Por mí eso sería genial, porque al finalizar el relato cerraría el libro con una sonrisa, tal vez de tristeza, o de impotencia ante no poder evitar todo lo acontecido en la historia.Pero no; en la realidad, cruel realidad, no se cierra la cubierta del libro cuando no agrada el desarrollo de la historia, al igual que no se cierran los ojos ante los percances, por el simple hecho de que esa acción no disolverá los problemas. No, en la realidad todos interpretamos un papel, y no hay nadie detrás de las cámaras para decir "¡Corten! No está saliendo como nosotros queríamos. ¡Otra vez desde arriba!". En la vida es: o juegas bien o no hay vuelta atrás.
Forever Stupid.