Simplemente, pequeños relatos que tratan de emocionarte, pretenden que afrontes la vida desde otro punto de vista y, sobre todo, intentan hacerte sonreír. Y sube el volumen ;)
jueves, 15 de diciembre de 2011
Y como siempre, sigo sin hacer caso.
domingo, 27 de noviembre de 2011
Porque es verdad.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
No intentes buscar coherencia... no la hay.
lunes, 7 de noviembre de 2011
Hoy me apetece...
Dream your dream. |
sábado, 29 de octubre de 2011
No te vayas...
martes, 25 de octubre de 2011
¿Y si...
lunes, 17 de octubre de 2011
Hogar, "dulce" hogar
Me volví sonriente hacia mi madre, pero su serio semblante me indicó que algo no marchaba bien. Como respuesta a mis pensamientos, un sonido atronador me hizo caer sentada, y entonces todos comenzaron a moverse. La balsa giraba, pero no hacia tierra firme como yo había esperado, sino en dirección contraria. Hacia la soledad del mar, otra vez. Traté de protestar, pero la mirada de mi progenitora me lo impidió de nuevo. Tampoco hizo falta, porque las exclamaciones de las personas que me acompañaban lo hicieron por mí. Avanzábamos. No mar adentro como pretendían todos; avanzábamos hacia suelo firme. Una leve sacudida me hizo entender que habíamos llegado. Todos bajaron de la balsa y yo hice lo mismo, pero deseé no haberlo hecho. Unos hombres de tez extrañamente pálida nos apuntaban con unos armatostes negros que, a pesar de no saber qué eran, me hicieron quedarme quieta. De uno de ellos salió otra vez ese sonido, el mismo de antes, pero me las arreglé para mantenerme en pie esta vez. Los hombres se acercaron y hablaron en una lengua extraña. Algunos debieron entender lo que dijeron, porque cuatro personas abandonaron el grupo y trataron de huir. No llegaron muy lejos, ya que ese estruendo volvió a hacer acto de presencia y los cuatro se desplomaron en el suelo. Los hombres blancos se acercaron a nosotros y nos condujeron hasta un extraño aparato parecido a un pájaro, pero debía de estar estropeado, ya que tenía las alas inmóviles y un extraño ruido provenía de él. Nos subieron a todos y, en cuanto me senté, noté como si tiraran de mí hacia abajo, se me cortó la respiración, y los oídos me comenzaron a doler terriblemente. Me acurruqué en el asiento, y me consolé a mí misma diciéndome que nos llevaban a lo que sería nuestro nuevo hogar. Solo supe cuán equivocada estaba cuando las puertas de la avioneta (un nombre un tanto peculiar para un pájaro) se abrieron y el paisaje me resultó dolorosamente familiar. Nos volvimos todos a una hacia la avioneta, pero esta ya se había marchado. Esbocé una amarga sonrisa; en casa de nuevo.
lunes, 10 de octubre de 2011
Quinta parte (última)
domingo, 9 de octubre de 2011
Cuarta parte
viernes, 7 de octubre de 2011
Tercera parte
Media hora más tarde bailaban al son de la música, uno muy cerca del otro. Él se inclinó hacia ella y susurró:
jueves, 6 de octubre de 2011
Segunda parte
Primera parte(II)
martes, 4 de octubre de 2011
Primera parte(I)
viernes, 23 de septiembre de 2011
Los libros
Ellos solo ven puntos. Diminutos puntos de tinta colocados de tal manera que forman un símbolo, también denominado letra. Saben pronunciar cada una de las veintisiete letras por las que está formado nuestro alfabeto. También conocen el procedimiento mediante el cual se unen las grafías ordenadamente, formando palabras, y estas, a su vez, formando oraciones. Son capaces de leer varias palabras seguidas, incluso pueden llegar a leer frases enteras. Pero les falta algo.
En cuanto tienen un libro entre las manos y abren la primera página escrita, les asalta un breve acceso de pánico. ¿Cómo es posible que a alguien le interese, mínimamente, el sentido de todas estas palabras? Y comienzan a descifrar el contenido del relato, pero solo frase por frase, sin llegar a unir dos de ellas para formar una idea.
Yo, no. Para mí, una oración no tiene sentido sin la siguiente, ni la que ocupa el número ochocientos cuarenta y siete. Cada una de ellas transmite algo: un olor, un sonido, incluso un sentimiento. No; hay que cohesionarlas de modo que los personajes cobren vida delante de tus ojos y, en ese momento, ya no ves las palabras delante tuyo, sino que ves a unos actores representando el papel para el que fueron creados. Unos actores que, al contrario que en las películas, tienen el cuerpo, la voz y los rasgos que se imagine cada lector.
Ahí está el disfrute de la lectura: esas personas te relatan su historia, a cambio de cobrar vida al mismo tiempo que alguien abra el libro, el cual almacena, a su vez, pequeños recuerdos de cada lector en cada página que ha leído.
Y eso, hay personas que no lo comprenden, no lo consiguen, o ambas cosas. Pero hay otras que sí lo hacen. A todas ellas es a quien va dirigido este relato.
martes, 6 de septiembre de 2011
El accidente
Totalmente desorientada, analizó la situación. Se encontraba encogida en el suelo, con parte del coche aprisionando su pie izquierdo y sin posibilidad de moverse para pedir ayuda. Los recuerdos la asaltaron: el coche, una curva peligrosa, ella misma ignorando deliberadamente la señal del límite de velocidad, el barranco, su inútil grito de auxilio... Enterró la cabeza entre las manos, derrotada, y lanzó una exclamación de dolor. Sangre. Su móvil estaba a apenas cinco centímetros de donde le alcanzaban las manos, por lo que la posibilidad de llamar quedaba vedada. Comenzaba a perder la conciencia. Le pesaban los párpados y el dolor comenzaba a remitir. Así que esto es lo que uno siente al morir, pensó. Es extraño, me lo imaginaba más doloroso. Aunque, claro, nunca lo había podido confirmar. Hasta ahora. En sus últimos segundos de lucidez, por pura intuición, lanzó un último y desesperado grito de socorro. Luego, todo se volvió negro.
domingo, 4 de septiembre de 2011
El deseo
Con la mirada prendida en el cielo, no pudo evitar el suspiro que llevaba reteniendo todo el día. Nada le iba bien: había discutido con su hermana y con sus padres, y se había enfadado con su mejor amigo. Eso era todo lo que tenía en su vida, y no necesitaba más. Pero ahora... Se sentía desamparada, y no podía contarle a nadie sus problemas. Se tendió cuan larga era en la cálida arena de la orilla del mar, y dejó que un puñado se escurriera entre los dedos. De pronto, una estrella fugaz cruzó el firmamento. Era una débil esperanza, pero no iba a dejar pasar una oportunidad para arreglar las cosas. Cerró los ojos y musitó palabras que únicamente compartió con el viento. Al abrirlos de nuevo, aparentemente todo seguía igual. Nada había cambiado. Supongo que no pasaba nada por intentarlo, se dijo, supongo que no está mal creer en los milagros.
lunes, 22 de agosto de 2011
La fotografía
Karen estaba arrodillada sobre la hierba, mirando la pantalla de su cámara con una sonrisa pintada en su rostro. Unos rizos negros le caían sobre la frente, pero ella los apartaba constantemente dejando relucir unas pupilas color miel. Ese claro era su lugar favorito. En él, todas las fotografías parecían pintadas detalladamente, trazo a trazo, por unas manos expertas. La chica miró a su alrededor, y sus ojos se posaron en un arco formado por dos árboles, rodeados de vegetación de vivos colores. Era perfecto. Levantó la cámara y enfocó el objetivo hacia allí. Click. Satisfecha, giró su cuerpo de modo que la máquina quedara en sombras y entornó los ojos. Todo parecía salido de un cuadro, y precisamente por eso casi pasa por alto al "intruso". No desentonaba en absoluto, de hecho parecía formar parte del paisaje. Su rostro, a pesar de traslucir perplejidad, parecía posar para la foto, y su cuerpo estaba totalmente relajado en actitud despreocupada. Qué extraño, pensó Karen, no recordaba haber visto a nadie cuando tomaba la imagen. Se sobresaltó al oír un hola a su espalda, y se giró a toda prisa. Unos ojos, SUS ojos, la observaban divertidos, y una calurosa sonrisa le provocó un ligero rubor en las mejillas. ¿Cómo te llamas?, preguntó él. Como si le importara. A pesar de todo, Karen susurró su nombre, aunque no sabía muy bien por qué. Quizás fuera aquella sonrisa, que incitaba a confiar en su propietario. O quizás fuera...
Mientras le contemplaba embobada le pareció escuchar que le pedía su cámara. Se la tendió como en un sueño. Click. Se la devolvió. Boquiabierta, observó la fotografía: había logrado plasmar el encanto de la totalidad del prado en aquella imagen, aunque sorprendentemente no parecía contener nada especial. Karen se volvió para elogiarle pero, al hacerlo, no quedaba ni rastro del joven. Había desaparecido.
Un único y absurdo pensamiento se alojó en su mente y no parecía querer marcharse: no sabía absolutamente nada de él. Ni siquiera conocía su nombre.
sábado, 20 de agosto de 2011
La música
Furiosa, entró en la habitación y cerró de un portazo. Sus ojos almendrados estaban rebosantes de lágrimas. No iba a llorar, se dijo, al menos no por una estúpida discusión con sus padres. Cerró los parpados y respiró hondo. Cuando los volvió a abrir estaba mucho más calmada, pero no era suficiente; los vestigios del enfado aún estaban en su interior, incandescentes, esperando para aflorar en cualquier momento. Se dirigió a su escritorio, cogió sus auriculares y se tumbó en la cama. Con infinito cariño escogió su canción favorita: una canción de piano que se asemejaba a una nana. La melodía la envolvió, y poco a poco consiguió relajarla. La música era su vida. Para ella, un mundo sin música equivalía a un mundo apagado y descolorido, sin luminosidad. Cuando su ánimo decaía, únicamente las notas de una canción lograban consolarla. La sumían en un estado más sereno, y le permitían verlo todo desde un punto de vista más objetivo. Le pesaban los párpados, y poco a poco dejó de tener conciencia del paso del tiempo. Entretanto, los acordes finales de la canción se alejaban, disipándose en el aire.
http://www.youtube.com/watch?v=IcTpsXCZo1c&feature=fvst
viernes, 19 de agosto de 2011
Las emociones
Inesperadamente, una oleada de determinación se abrió paso desde su interior. Estaba decidida, hoy era el día. Llevaba dos años detrás de ese chico, pero él no parecía percatarse siquiera de su existencia. Era un integrante más del grupo del adolescente mas popular del instituto; este iba a cuarto curso, al igual que sus compañeros de pandilla, mas ella solo estaba en segundo. El joven por el que la muchacha bebía los vientos no destacaba entre los demás, pero para ella sí lo hacía: era moreno, tanto de tez como de cabello, y éste le caía con gracia tapándole parte del rostro con mechones aparentemente descuidados. Los ojos, color verde escarcha, poseían esa chispa pícara, propia de niños de menor edad, e irradiaban una fuerza debido a la cual parecían traspasarte cuando se posaban en los tuyos. Su nariz era recta y angulosa, perfecta, al igual que sus labios, que se movían con una gracia casi sobrenatural al hablar.
Tras una efímera vacilación, se encaminó hacia el grupo, rodeado de admiradores, todos de cursos menores que ellos. Entre toda la gente pudo distinguir con dificultad su objetivo y trató de llegar hasta él. De pronto, frenó en seco, y sus ojos se fijaron en la chica que estaba situada al lado del joven. Se reía tonta y descaradamente por algo supuestamente gracioso que este había dicho. Fue suficiente. Dolida, se abrió paso rápidamente con los ojos empapados en lágrimas; no quería que él la viera llorar, no podía darle esa satisfacción.
Lo que no percibió fueron los ojos del muchacho siguiéndola, mirando a la chica sentada a su lado, y volviendo a posar en ella su mirada; una mirada llena de duda y comprensión.