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Totalmente desorientada, analizó la situación. Se encontraba encogida en el suelo, con parte del coche aprisionando su pie izquierdo y sin posibilidad de moverse para pedir ayuda. Los recuerdos la asaltaron: el coche, una curva peligrosa, ella misma ignorando deliberadamente la señal del límite de velocidad, el barranco, su inútil grito de auxilio... Enterró la cabeza entre las manos, derrotada, y lanzó una exclamación de dolor. Sangre. Su móvil estaba a apenas cinco centímetros de donde le alcanzaban las manos, por lo que la posibilidad de llamar quedaba vedada. Comenzaba a perder la conciencia. Le pesaban los párpados y el dolor comenzaba a remitir. Así que esto es lo que uno siente al morir, pensó. Es extraño, me lo imaginaba más doloroso. Aunque, claro, nunca lo había podido confirmar. Hasta ahora. En sus últimos segundos de lucidez, por pura intuición, lanzó un último y desesperado grito de socorro. Luego, todo se volvió negro.
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